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De recuerdos y del futuro.

Año 1994.

Recuerdo que el menemismo estaba haciendo estragos en mi casa y el trabajo de mi papá no rendía. Yo era un pendejo de 16 años, estaba en el secundario y era una máquina de chupar guita. A esta altura, la escolaridad de mi hermana estaría recibiendo media beca, y habría meses de colegio adeudados.
Yo era todavía un adolescente que a duras penas sostenía un estándar de vida de clase media suburbana.

Mitad de año sería. Me acuerdo de un canguro de color azul, con un estampado de un azul más oscuro que se repetía por todo el buzo. Tenía zapatillas New Balance y un pantalón de jean que se achupinaba, posiblemente Motor Oil.
Salía temprano de casa. Nos encontrábamos en el bar de una estación de tren de alguna localidad del sur del Conurbano. Como no existían ni celulares ni email, establecíamos el lugar de encuentro el día previo. Mi jefe, mi primer jefe, de quién no recuerdo el nombre, nos invitaba un café a los 4 promotores y nos repartía fotocopias de la Guía T con un recorrido marcado con resaltador. Esas calles teníamos que caminar durante toda la mañana, ofreciéndole a comerciantes de los rubros almacén, fiambrería y/o kiosco un folleto con el detalle de heladeras comerciales con puerta de vidrio, marca Gafa, ideales para las nuevas latitas de gaseosa. En aquella época eran toda una novedad, las latitas y este tipo de heladeras.
Los cuatro promotores recorríamos los diferentes barrios (Temperley, Burzaco, Quilmes Oeste, El Jagüel, etc) y entregábamos el folleto. Al día siguiente hacíamos el mismo camino, recolectándolos, y consultando a cada comerciante acerca de su interés por recibir mayor información. Al tercer día mi jefe iría a visitarlos, con la propuesta comercial.
Listo, eso era todo el trabajo. Hechas las cuadras comprometidas en la Guía T, éramos libres de volver a casa, y de allí al colegio.

Mi viejo, una noche cualquiera, y antes de cenar, se me acercó a conversar, como casi nunca en su vida. Me dijo que tenía una persona conocida, un cliente al que le entregaba mercadería, que andaba necesitando gente para un laburo. Ese cliente sería luego mi jefe.
Torpemente, me dió a entender que ya no podía mantener mis costumbres de consumo menemista: zapatillas de marca, entradas para recitales de las estrellas que ahora sí venían a la Argentina, camisas Charro o los modernos compact disc (jamás fui a muchos recitales, nunca tuve más de 2 pares de zapatillas, pude haber tenido 2 o 3 camisas de marca y sí, algunos de esos compacts todavía me acompañan. Todo esa ya había dejado de ser un milagro del uno a uno, para convertirse en una necesidad).
Me dijo mi viejo que yo tenía que ir a ver a este tipo al día siguiente, y me dijo también que me iba a hacer bien tener mi propia plata. Estaba a punto para mi primer trabajo.

Terminaba cuarto año. Ganaba mi propia guita, con un laburo muy fácil de un par de horas por la mañana. Me pagaban en negro, un básico más una comisión por las operaciones que se cerraban gracias a mi intervención. Jamás supe si me estaban pagando cada una de ellas, jamás supe que pasaría si me accidentaba durante mis horas de trabajo, jamás supe siquiera si alguna vez se entregó realmente una de estas heladeras. Yo trabajaba y estudiaba, Me*em volvería a ganar una elección y yo ni siquiera tenía edad para votar.

Estaba pasando de todo, silenciosamente. Mi familia se caía a pedazos, el barrio, mis amigos, el colegio, las fábricas, el empleo, el país. Las cosas se caían y uno no escuchaba el ruido. Estábamos entretenidos mirando Grande Pa, y pidiendo a gritos que se vendiera de una vez Entel. Estábamos endeudados en cuotas, estábamos precarizados y flexibilizados. Estábamos yendo a Disney...

Mes de Diciembre. Año 2009.
Tengo 32 años, y pasaron rápido.
De profesión, ex empleado con sueños.
Hasta hace 3 días aporté a mi jubilación, ahora estatal, y hasta hace un ratito fui alumno. Acabo de terminar el curso de fotoperiodimo y ya no tengo trabajo. Renuncié porque tuve ganas.
Llevo trabajando casi ininterrumpidamente por 15 años y decidí que es un buen momento para cambiar, para ser un poco irresponsable, para jugarle una fichita a una posibilidad, a un sueño. Me cansé del jefe, del sueldo a fin de mes y de los días que son todos iguales. Ya no quiero que los demás me exijan, sino que quiero ser yo el que me exija a mí mismo. Quiero aprender, quiero sorprenderme y quiero ser bueno en lo que haga, porque quiero triunfar.
Si soy un buen o mal fotógrafo, eso no importa, eso lo decidirán otros. Pero nadie podrá decir que no lo he intentado, porque ya estoy haciéndolo.
Me espera la provincia de Jujuy, me espera gente que tiene mucho para enseñarme, me esperan lugares tan simples y tan lindos como este:



Falta poco.
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No se consigue en Facebook


Sentirse honrado por gente a la que uno quiere debe ser algo que a MasterCard todavía no se le ocurrió para una de sus inefables publicidades.

Análogamente, comer un asado (o patys a la parrilla, tanto faiz) y disfrutar de una buena noche al calor del fuego, rodeado de gente querida y conversando largo acerca de (completar con lo que uno prefiera) es algo que por el momento no se consigue en Feisbuc.

Pues estas dos ideas, que tejí en berretísima analogía, es algo que experimenté en las pretéritas jornadas que anteceden a mi triunfal (?) despedida de los anales de la historia contemporánea de ByT Argentina. Porque tener a un montón de gente querida, consumidora de carne y sustancias, reunidas con la excusa de dar despedida a quien escribe estas líneas, es por lo menos agradable. Seguido esto de las borrosas memorias de unas charlas que rozaron lo sagrado, no solo por la sumatoria de delirios que se entretejían cual trapo rejilla, sino porque también hubo momentos de devolución de gentilezas, pedidos de disculpas y abrazos de fraternidad que merecen mis respetos y agradecimiento, es la condición necesaria para lo que yo considero como la verdadera amistad. Al menos esa amistad de vieja escuela, que es la que más nos complace.

Y si a la ocasión le faltó pompa, es que nos gusta así, en una casa de generosas terrazas donde florecerán geranios y jugarán las niñas, unos pocos carbones y unas cuantas botellas que avivaron los fuegos de las anécdotas que unos y otros desplegamos en histriónica representación.

Peligrosamente cerca de la vergüenza ajena fue llevado quién escribe estas líneas. Hecho su mejor papel de bufón, sintiose rey por un rato haciendo reír a su corte mientras demolía los últimos resquicios de persona seria e inmolaba su imagen para las cámaras de la TV (digamos que todo esto no pasó taaaan así, pero sí es cierto que la persona que escribe estas líneas se hizo el payaso, y sus pelos batidos por obra y gracia del alcohol, la desidia y otras sustancias prohibidas fueron parte importante del hechizo).

Saberse genuinamente querido, a pesar de sus asumidas falencias, es para él, como para cualquiera, como una caricia al alma, como una frazada para el friolento, como un echarpe para el anciano. Es emoción y gratitud.

En fin, una noche más de amistades refrendadas, de viejas historias que se escriben de nuevo, de lugares que uno va dejando para generar nuevos espacios. Lugares y amigos que sabe (aunque no lo diga) que le duele dejar, pero que llevará en su esencia adonde sea que el viento lo deposite.


Esto es todo, compañeros.

Gracias y hasta pronto.


Mariano "Pipi" Iñiguez

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Hay Evo para rato

La comunidad boliviana en Buenos Aires, por primera vez en la historia, votó para elecciones presidenciales de su país de origen.
Hubo corridas, amontonamientos, empujones, gritos y muchas ganas de votar. Eso fue lo que más me llamó la atención, porque hubo gente que esperó para votar desde las 6 de la mañana. Y las colas para entrar al estadio y votar tenían, como mínimo, 4 cuadras de largo.
Me sorprendió, realmente.
Para ver video de la entrevista a Evo del programa de Presidentes de Latinoamérica del Canal Encuentro, ir acá
Para ver más fotos: http://www.flickr.com/photos/marianofotografias/
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